Era principios del siglo XX, cuando un perro japonés de raza akita, esperó a su dueño durante varios años afuera de la estación Shibuya, en Tokio, cuando ya había muerto y por ello no regresó. Este fiel can asisitió cada día durante nueve años a esperar al profesor Eisaburō y todos los comerciantes de la zona estaban tan conmovidos, que le daban agua y alimento. Por su gran lealtad se erigió ahí su estatua en bronce.

Share This
Está página web utiliza cookies.    Más información
Privacidad